Llevé el folleto a casa de una mujer casada, delgada y con un culo rollizo, y me invitó a su salón de belleza familiar. Estaba a punto de ponerme las bragas de papel y recibir el tratamiento cuando sus ligeras y suaves caricias me provocaron una erección. Avergonzado y nervioso, estaba a punto de recibir un masaje en el pene. No puede ser. No puede ser. Esto es una trampa, ¿verdad? ¡¡¡!!! Me acarician el pene y, justo antes de correrme, lo dejan desatendido...