"Somos padre e hijo, no hay por qué avergonzarse ahora", dijo Fuka mientras accedía vacilante a la petición de su suegro de que le frotara la espalda cuando estuvieran solos. La habitualmente tranquila Fuka se sintió tan abrumada por la contundente petición de su suegro que se vio acorralada en el baño antes de poder resistirse. Cuando los callosos dedos de su suegro tocan sus amplios pechos, una oleada simultánea de lujuria y asco recorre la mente de Fuka...